Sobre el auge de los best-sellers o el maltrato de la literatura y el arte - Jesús Barrios
Sobre el auge de los best-sellers o el maltrato de la
literatura y el arte
Jesús Barrios
Hoy por hoy es sencillo relacionar el término “cultura”, al
menos en una de sus acepciones, con el de “consumo”. Es el caso, por ejemplo,
de la música que se cocina en las disqueras para venderse como pan caliente, o
del cine, que se produce mayormente en Hollywood para ser llevado a todas las
partes del mundo a través de publicidad y mercadeo; tienen mucho en común,
pues, estos dos fenómenos, y es que, más allá de una intención por crear
valores estéticos dentro de la sociedad, los productores y vinculados a esta
creación y dinamización del cine, la música, la pintura, etc., están orientados
por un interés de crear valores económicos o de consumo. La literatura, por su
parte, no es ajena a esta dinámica, puesto que es posible también observar cómo
navegan en las aguas de la cultura y de la lógica capitalista todo tipo de
sellos editoriales determinados solo a vender, independientemente de lo que se
configure literaria o artísticamente dentro del material del que disponen. Las letras,
para variar, suelen producir mucho dinero, además de despertar tanto admiración
del consumista no iniciado, como desprecio por parte de los lectores de
literatura de rigor.
Estos libros o productos, son los llamados best-sellers. De los que Schifino (2010)
comenta que:
Los hay originales y muchos parecen haber sido producidos en
la planta de una fábrica de tornillos. Dicho sea esto con todo el respeto a los
tornillos y a sus productores. Los superventas entretienen a la vez que
hastían; engrasan la maquinaria del mercado editorial y generan interés por la
lectura. De eso no cabe duda. También, gracias a sus ventas exitosas, las
editoriales pueden, a veces, publicar otros libros de gran calidad literaria
pero pocas ventas. (Schifino: 2010, p. 32)
Antes de entrar a analizar este fenómeno específico, vale la
pena señalar algunos elementos teóricos con los que el filósofo y sociólogo
Pierre Bourdieu ha definido el fenómeno global de la cultura puesta al servicio
del capital.
En el capítulo Las
Formas de Capital del libro Poder,
Derecho y Clases Sociales (1983), Bourdieu acoge el concepto sociológico de
“capital” y lo define como la acumulación de cultura propia de una clase que,
heredada o adquirida mediante la socialización, tiene mayor peso en el mercado
simbólico cultural, entre más alta es la clase social de su portador[1].
El concepto también es multifacético y sirve para muchos propósitos de factores
analíticos. Se trata de un tema muy discutido que se utiliza en diferentes vías
de investigación empírica, ya que puede abarcar muchos ámbitos sociológicos. Y
distingue, entonces, tres principales formas de capital: El Capital económico,
el cual está destinado para tener cierto control sobre recursos económicos.
Este tipo de capital es convertible en dinero, y es una fuente esencial del
poder político y la hegemonía. Por otro lado señala el Capital social, el cual
alude a los recursos por lo regular intangibles basados en pertenencia a
grupos, relaciones, redes de influencia y colaboración[2].
Y, por último, habla del Capital cultural, que dentro del sistema es el que
interesa para el desarrollo de esta propuesta, y trata sobre las formas de
conocimiento, educación, habilidades y ventajas que tiene una persona, y que le
dan un estatus más alto dentro de la sociedad. En principio, son los padres
quienes proveen al niño de cierto capital cultural, transmitiéndole actitudes y
conocimientos necesarios para desarrollarse en el sistema educativo actual. Es
lo que diferencia a una sociedad de otras, en ella se encuentran las
características que comparten los miembros de dicha sociedad, tradiciones,
formas de gobierno, distintas religiones, etc. Y el cual se adquiere y se
refleja en el seno familiar y se refuerza en las escuelas y situaciones de vida
diaria.
Sin embargo, en este tipo de capital también cabe la
reflexión sobre cómo la sociedad convierte estos conocimientos y habilidades en
un objeto para el consumo, lo globaliza de tal manera que pierde su esencia
humana, para articularse simbólico[3] dentro
de una red de fenómenos al servicio de la ideología económica imperante. Tal es
el caso del arte en medio del capitalismo, y en este contexto surgen los best-sellers.
A partir de una observación se estableció, para fines de
esta propuesta, una evidencia de cómo en los medios de comunicación se instaura
el debate sobre los best-sellers y
cómo de esa misma manera se les da difusión:
El superventas Glenn Cooper, autor de la trilogía La biblioteca de los muertos (Grijalbo)
que ha tomado un pedazo millonario de ese mercado cruel, dijo en una entrevista
que publicamos hoy en la sección de Cultura de EL PAÍS que son las editoriales
las que buscan constantemente la fórmula del pelotazo literario, del éxito
rápido en ventas. Sobre sus libros, Cooper dice que espera, además de
entretener, ayudar a pensar. (El País (México): 2013)
Entonces, a partir de todos estos elementos ofrecidos para
el análisis, cabe enunciar algunas preguntas orientadoras de la reflexión: ¿Los
best-sellers empobrecen de alguna
manera la cultura literaria? ¿Es el sistema actual un facilitador del entendimiento
del mundo, de la estética? ¿En qué medida los best-sellers son otra forma más de llevar a la literatura a
convertirse en un producto fabricado a la medida de un mercado con ciertas
demandas?
Este orden abierto de dudas sobre la validez de la estética
por parte de las instituciones, y el sentimiento que genera ello sobre el
artista, puede ser sintetizado por las reflexiones de Albert Camus, quien
señala que:
En la mayor parte de los casos, el artista se avergüenza de
sí mismo y de sus privilegios, si los tiene. Debe responder ante todo a la
pregunta que él mismo se formula: ¿Es el arte un lujo mentiroso? (Camus: 1957)
Las respuestas a estos interrogantes han sido tratadas por
diversos autores. El inicio a la resolución de estos radica, principalmente, en
la evaluación del material denominado best-seller,
tal es el desafío que enfrenta Viñas Piquer (2009) en El enigma best-seller, un inmenso estudio que plantea el problema
en términos de estilos y géneros literarios. Viñas observa, correctamente, que
«ningún conjunto de rasgos genéricos distintivos comparece con absoluta
evidencia en el momento de intentar una definición del supuesto género best seller»[4].
El gótico, el policial, la novela romántica, son estilos altamente codificados;
el best-seller no presupone códigos.
Pero lo cierto es que se habla, en la prensa y en la calle, del «género best seller». Esta discrepancia entre
marcas textuales y percepciones de lectura le preocupa a Viñas, quien incluso
dice que «tenemos un problema y habrá
que buscar alguna solución»[5].
Es claro también que, a nivel histórico, han existido
corrientes y voluntades que determinan una suerte de validez o, mejor dicho,
una serie de razones para defender la literatura que se populariza no
precisamente por su calidad. A menudo, el argumento resulta en una tautología
que nombra a la literatura como hecho inmanente que se define y se soporta a sí
mismo, es decir que es literatura en cuanto surge y vive de los intereses
creados por ella misma. Bien dice Camus, recordando a André Gide que,
“El arte vive de coacción y muere de libertad”. Eso es
cierto, pero no hay que concluir por ello que el arte deba ser dirigido. El
arte no vive sino de las coacciones que él mismo se impone: muere por obra de
los demás.
Tales argumentos son totalmente válidos y han enriquecido la
visión esencial de la literatura y del arte en general que tienen los
escritores; asimismo, criticar de manera fuerte y peyorativa a los medios de
reproducción es negar el curso que se ha establecido y la suerte de que,
gracias a estas dinámicas del sistema, han aparecido obras de alta calidad. Sin
folletines, por ejemplo, no habría Madame
Bovary. No obstante, el argumento es nulo cuando, para la actualidad, la
reproducción en su mayoría obedece a los intereses del mercado, omitiendo con
ello la publicación de la literatura crítica de la sociedad, la histórica o la
experimental que juega y propone.
Alfonso Reyes habla sobre la literatura de carácter ancilar,
que Fernández Retamar (1975) interpreta como una literatura puesta al servicio
de la sociedad, pero es preciso anotar que esta literatura no debe ser
entendida como parte del capital cultural, del económico por extensión, del
objeto con valor de cambio que se vende en las librerías. Esta literatura a la
que se refiere Reyes es la llamada a generar conciencia y movimiento, como una
de las funciones que se ha diseñado ella para sí misma. Pero hay un carácter
ancilar de esta literatura rosa o falsa –la que se convierte en best-seller–, que está orientado a
contribuirles más a los gobiernos, al sistema, que a las masas como generadoras
de conciencia crítica. Es decir, si anteriormente quienes eran dueños del poder
político prohibían la literatura o algunos de sus géneros, hoy ven como mejor
fórmula crear best-sellers puesto que
no hay en estos una puesta en crisis de la sociedad, de los valores morales,
éticos y estéticos, como sí lo hace la buena literatura que poco se vende.
Con esta forma de comercio de las letras, con este poco
interés en el desarrollo de la técnica literaria, que se extiende de las
editoriales hasta el escritor, desde las instituciones hasta el artista, se
llega a lo que algunos han considerado la «falacia del mejoramiento»: alguien
empieza por Crepúsculo (uno de los best-sellers que más se renombra en la
actualidad), pasa a Drácula y muchos,
muchos libros después termina leyendo, por decir algo, Cincuenta sombras de grey. En ese sentido no hay ningún juicio que
determine las infinitas diferencias entre una obra y otra, se convierte toda la
literatura en una sola mercancía, independientemente de sus proposiciones y
valores particulares, de la identidad que promueven, del absoluto humano.
Entonces, cuál es el juicio al que se sometería la
literatura si no es vista más que como el objeto detrás del estante; el juicio, vale recordar, es la facultad de pensar lo particular como contenido en lo universal
(Kant, 1790), pero este ahora queda en un escenario bastante dudoso. Una
respuesta satisfactoria para ello no existe, o se tendría que bosquejar la
estética común de, por ejemplo, El nombre
de la rosa (Umberto Eco) y Misery
(Stephen King), donde se corre el riesgo de determinar únicamente algo que no
explica nada, es decir, se señalaría que ambas son narraciones en prosa de más
de tantas miles de palabras.
En este escenario quizá resta solo la sinceridad, y admitir,
como lo hace Camus que La primera
respuesta honesta que pueda darse es ésta: ocurre, en efecto, que el arte es un
lujo mentiroso (Camus: 1957). Y por ende se puede concluir con la voz del
mismo autor que:
Mientras una sociedad y sus artistas no consientan en
realizar este prolongado y libre esfuerzo, mientras no se abandonen a la
comodidad de los enfrentamientos o a la del conformismo, a los juegos del arte por
el arte o a las prédicas del arte realista, permanecerán en el nihilismo y en
la esterilidad.
A lo que se le añadiría que, en las condiciones actuales, el
consumo de la literatura, el auge de los best-sellers
dejará a la sociedad sumida en la inconsciencia, en la pérdida de los valores
constitutivos de la verdadera literatura, llevada a la extinción.
Bibliografía
Bourdieu, P. (2006) Poder,
derecho y clases sociales. España: Desclée
Kant,
Immanuel. Critica del Juicio. Edición
y traducción de Manuel García Morente, Colección Austral, Espasa Calpe.
Fernández-Retamar, R. 1975. Algunos problemas teóricos de
la literatura hispanoamericana. Revista de Crítica Literaria
Latinoamericana, n° 1, 7-38.
Camus, A. El artista y
su tiempo. Conferencia del 14 de diciembre de 1957. Consultado en: https://aquileana.wordpress.com/2009/07/18/albert-camus-conferencia-del-14-de-diciembre-de-1957/
Viñas Piquer, D. (2009). El
enigma best-seller. fenómenos extraños en el campo literario. Barcelona:
Ariel.
[1]
Bourdieu, P. Poder, derecho y clases
sociales. España: Desclée, p: 131.
[2]
Bourdieu describe el capital social como «un capital de obligaciones y
relaciones sociales».
[3]
Que operan además como instrumentos de poder dentro de la sociedad.
[4]Viñas Piquer, D. (2009). El enigma best-seller. fenómenos extraños en
el campo literario. Barcelona: Ariel, 606 p. 24
[5]
Ibid, p. 24
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