Una solución radical al problema de la especie (Traducción) - Roberto José Carmona Ballestas
Universidad del Atlántico
Dirección postal: 080003
Resumen
Ghiselin, M. T. (Departamento de Zoología y
Laboratorio Marino de Bodega, University
of California, Berkeley, P.O. Box 247, Bodega Bay, California 94923). 1975. Una
solución radical al problema de la especie. Syst. Zool. 23:536-544. –Tradicionalmente,
las especies (como otro taxón) han sido tratadas como clases (universales). En
efecto pueden ser consideradas individuos (cosas particulares). El término
lógico “individuo” ha sido confundido con un sinónimo biológico de “organismo”. Si las especies son individuos,
entonces: 1) sus nombres son propios, 2) No puede haber instancias de ellas, 3)
no tienen propiedades definitorias (intensiones), 4) sus organismos
constituyentes son partes, no miembros. Las “especies” pueden ser definidas
como las unidades más extensas en la
economía natural, de modo que la competencia reproductiva se produce entre sus
partes. Las especies son para la teoría de la evolución, lo que las
empresas son para la teoría económica: esta analogía resuelve muchos
interrogantes, tales como el problema de la “realidad” y el estatus ontológico
de tipos nomenclaturales. [Especies biológicas; sistemática; filosofía.]
Parece que la filosofía de la taxonomía está a punto
de sufrir una gran agitación. Su sintomático nudo gordiano, el problema de la especie.
Hace algunos años (Ghiselin, 1966a) he intentado cortarlo con la espada,
comentando casualmente que, en el sentido lógico, las especies
son individuos, no clases. Tenía tan arraigado el hábito de tratar a las
especies como universales en lugar de cosas particulares, y sus nombres como
generales en lugar de propios, que me tomó tiempo tomar esta declaración
enserio. La posición en cuestión es a penas nueva. Se remonta al menos a
Buffon, pero creo que éste fue el primer uso explícito en contra de lo que se
ha llamado erróneamente, el concepto nominalista de especie. Incluso, Ruse
(1973), filósofo que cita el anterior trabajo, pasa la noción en silencio. Por
otra parte, Hull (1974) ha endosado últimamente la idea que, desde el punto de
vista de la teoría de la evolución, las especies biológicas y los taxones
monofiléticos son individuos. Y Mayr (1969a), aunque no va tan lejos, enfatiza
fuertemente el punto en que las especies son más que solo clases nominales.
Parece que el tema amerita más análisis y comentarios.
FILOSOFÍA
Hay ventajas y
desventajas para tratar las especies como individuos. Como sea, este artículo,
solo tiene como objetivo demostrar que tal posición tiene cualidades atractivas
desde el punto de vista de la lógica y la biología por igual, y que no es quizá
tan radical como uno podría pensar. El punto básico (Ghiselin, 1969, 1974) es
que la multiplicidad no es suficiente para convertir una entidad en una mera
clase. En lógica, “individuo” no es un sinónimo de “organismo”. Más bien,
significa una cosa particular. Puede designar sistemas en varios niveles de
integración. Un ser humano es un individuo a pesar de estar compuesto por
átomos, moléculas y células. Un individuo, además, no necesita ser físicamente
continuo. Los Estados Unidos de América es un individuo en la clase de los Estados
nacionales, y esto es cierto a pesar de la interposición del territorio
canadiense y las aguas internacionales entre Alaska y el resto. (Para una
discusión filosófica de los individuos, ver el libro sobre ese tema por
Strawson, 1959).
Es característico de
los individuos que no pueda haber instancias de ellos. En consecuencia, las
clases de los Estados nacionales tiene instancias: los Estados Unidos de
América es un Estado nacional. Como sea, no diríamos, “California es un Estado
Unido de América”. Esto es cierto a pesar de que el hecho de que podamos tomar cualquier
número de partes de la unión como una clase, como cuando decimos que estos
“estados” son soberanos. California es una parte de los Estados Unidos de
América.
Es igualmente
significante, que los individuos no tengan “intensiones”. Es decir, no hay
propiedades necesarias y suficientes para definir sus nombres. Por supuesto,
las personas, los Estados nacionales y las especies tienen propiedades, pero
estas no están implícitas cuando usamos el nombre. Gran parte del problema de
la especie ha sido el resultado de usos equívocos de los nombres de las
especies como universales y propios. En consecuencia, algunos biólogos nunca
dirán “John Smith es un Homo sapiens”,
pero insisten en que el uso correcto demanda “John Smith es un espécimen de Homo sapiens”. En otras palabras,
algunos consideran el término taxonómico para designar una clase de personas
(“todos los hombres”) otros como una simple cosa (“humanidad” o “la raza
humana”).
Alguna confusión, y en
efecto, una continua incertidumbre por parte de los lógicos, resulta del hecho
de que los nombres propios pueden implicar o sugerir ciertas propiedades. No me
parece que esto signifique que los nombres propios realmente tienen
intenciones, pero quizá algunos estarían en desacuerdo. Un epíteto descriptivo facilita
la comunicación, y ayuda a la memoria. Consideren, por ejemplo, Phallus impudicus Linneo, 1753. Pero no
confundamos la poesía con la lógica. Si un nombre es apto o inapropiado, no es
la misma cuestión que las propiedades que una cosa deba poseer por necesidad
lógica si el nombre se va a usar.
Como es bien sabido,
mucha confusión se evita al tratar con estos asuntos cuando uno distingue
claramente entre categorías y taxones. Las categorías taxonómicas, en el
sentido de todos los taxones de un rango dado, son como los “Estados
nacionales”: todos están de acuerdo en que estas entidades son clases. El punto
en cuestión es si los taxones son asimismo clases, o si, como California, son
individuos. Puede ser que algunos taxones (por ejemplo, Mammalia) sean clases,
mientras las especies particulares son individuos. En un análisis tradicional
del problema de la especie, que presupone que todos los taxones son clases, ha
habido alguna confusión sobre si los nombres de las categorías deberían ser
definidos para especificar las propiedades de los taxones. A la luz del
presente análisis, uno diría que como una especie particular no puede tener
propiedades definitorias, la pregunta está cerrada.
BIOLOGÍA
La pregunta más
significativa para los biólogos es “¿Cuáles individuos?” Una respuesta son las
poblaciones individuales – en el sentido de poblaciones genéticas (syngamea).
Estas son comunidades de crianza – totalidades compuestas – no confundir con
clases de organismos que comparten ciertas propiedades genéticas intrínsecas. Por
supuesto, uno tiene que agregar algo, a saber, que están reproductivamente
aislados, para diferenciar "especie” de “subespecie” y otra categoría
poblacional. Esta definición de especie biológica, es adecuada, pero aún se ve
afectada por ciertos problemas de interpretación e implicación que sugieren que
se podría encontrar una mejor forma para definir esta categoría. Algunas
definiciones, aunque técnicamente sólidas, podrían usar alguna mejora. El
“oro”, por ejemplo, podría ser inequívocamente definido como el elemento con el
número atómico 79, pero para la mayoría de nosotros, esto no es muy
informativo.
Una solución, es tratar
de definir la categoría de especie y otras categorías en términos de las causas
de la evolución. Esta es una de las razones principales de por qué la
formulación usual de la definición de especie biológica es tan atractiva. El
flujo de genes y el aislamiento reproductivo obviamente influyen profundamente
en las propiedades de los organismos. Pero ¿No podría ser otra cosa más
importante? Una posibilidad es la competencia, incluida la selección natural y
sexual. En otra parte (Ghiselin, 1974) he argüido en cierta medida, dando
documentación histórica, que los biólogos han malinterpretado la noción de competencia
y no han podido apreciar su amplio significado. Los datos ecológicos, sin duda,
han entrado en el pensamiento de los sistemáticos, pero nadie parece haber
considerado la posibilidad de definir categorías en términos de modos de competición.
Déjennos considerar una posibilidad.
Uno no puede negar que
los diferentes tipos de competencia ocurren entre las especies y dentro de
ellas. Interespecíficamente, solo tenemos problemas por los significados de la
existencia. Intraespecíficamente se produce una competencia con respecto a los
recursos genéticos, e incluso los recursos defendidos por los organismos,
independientemente de las especies en el análisis final, están dirigidos a la
lucha intraespecífica por el éxito reproductivo. Las especies, entonces, son las unidades más extensas de la economía
natural, de modo que la competencia reproductiva sucede entre sus partes.
Sería un círculo, quizá no tan vicioso, decir que especie y taxones inferiores
son aquellas entidades dentro de las cuales ocurre la competencia
intraespecífica. Algunos podrían objetar sobre el uso de “reproductiva” en la
definición anterior, pero parece que no hay una mejor alternativa. Por
“competencia reproductiva”, se entiende una competencia con respecto a los
recursos genéticos como tal, no solo cualquier competencia relacionada con la
reproducción.
Las especies son para
la teoría de la evolución como las empresas para la teoría económica. Y los
organismos son unidades productivas en ambas [teorías], compiten de diferentes
maneras dentro de sus más grandes unidades y con las partes de unidades
comparables. Igualmente, algunos organismos existen autónomamente – como criaturas
asexuales y trabajadores independientes. Esta analogía tiene sus limitaciones,
por supuesto, no menos importante es que se pueda decir razonablemente que las
empresas se han adaptado, mientras que las especies no pueden. Sin embargo, la
analogía puede ser demostrada para ayudar a resolver las paradojas y las dificultades
conceptuales que tanto han plagado el tema.
Las especies son
individuos, y son reales. Son tan reales como la American Motors, Chrysler,
Ford y General Motors. Si es verdad que solo los individuos compiten, entonces
las especies, como todo organismo, pueden competir, así como pueden las
corporaciones y los trabajadores. Pero claramente existe una profunda
diferencia entre las dos especies que compiten, y la competencia entre
organismos pertenecientes a otras especies.
Burma (1949) afirmó que
debido a que las especies difieren de un momento a otro en la historia
geológica, no son, por lo tanto, las mismas, y por lo cual, son meros conceptos
sin una existencia real en la naturaleza. Esto podría ser descartado como una
mera versión de una paradoja inventada por Heráclito (fragmento LXXXI en la
edicón Loeb Classical Library): uno
no puede bañarse en el mismo río dos veces. ¿Quién sino un loco o un filósofo,
sostendría que él mismo no existe, dado
que está cambiando constantemente? ¿Somos todos nosotros producto de
nuestras propias imaginaciones?
La forzada dicotomía
dimencional-no dimencional enfatizada por Mayr (1963) ahora se considera
irrelevante. Las especies no necesitan ser definidas solamente en relación a
otras especies. “Especie” no es un concepto relacional como “hermano”, pero es
algo comparable a “hombre”. Una empresa es una empresa porque forma un sistema
cerrado de un tipo dado. Puede competir con trabajadores y empresas fuera de sí
misma, y es caracterizada por un tipo particular de organización interna. Un
solo niño no puede ser un hermano, pero una economía podría contener una sola
empresa.
Las dificultades que
rodean el “potencial entrecruzamiento” también se vuelven un tema inerte. Si
una especie es un individuo, no importa si se entrecruza cualquier instancia
dada. Todos los “miembros” de una especie están compitiendo reproductivamente
con todos los otros, independientemente la distancia entre ellos o la
existencia de discontinuidades espaciales y temporales entre poblaciones
componentes. La competencia intraespecífica es más perfecta entre organismos
que se encuentran en las proximidades, pero todo el conjunto de genes está en
cuestión. Uno debe darse cuenta que todos los organismos, en todas partes, como
todas las unidades productivas en la economía política mundial, son capaces de
competir entre sí hasta cierto punto. Todos pueden desviar recursos del resto
hacia ellos mismos. Lo hacen más o menos intensamente, o directamente, o
perfectamente, y de diversos modos, pero compiten y pueden competir a
distancia.
Algunos teóricos opinan
que la existencia de “diferentes tipos” de especies crea un problema para la
definición de la especie biológica. Algunos sienten que deberían haber
categorías especiales (o tipos de categorías) para designar estos [tipos]. La
analogía con la economía es particularmente útil aquí. Las diferencias en el
rango de divergencia dentro de las especies –como cuando algunas son
monotípicas, otras politípicas– no crean ningún problema. Después de todo,
algunas corporaciones son como Mitsubishi, otras como el mercado local de
pescado, pero ambas pueden ser corporaciones. Ha sido muy desafortunado en este
contexto, que la teoría del nicho haya estado tan íntimamente ligada a la
noción de especie como clase, para que los nichos sean concebidos como
atributos “abstractamente heredados” de un conjunto de organismos similares.
Por lo tanto, una concepción tipológica de los nichos apenas podría ser
evitada. Se vuelve más fácil razonar sobre tal asunto cuando uno nota que un
trabajador u otro organismo se gana la vida en un sentido distinto al de operar
dentro de un sector o un rango de sectores de una economía. La actividad
económica de ambos puede variar de vez en cuando y de lugar en lugar.
Ninguna paradoja surge
cuando una solo fábrica constituye la totalidad de una empresa. Igualmente
algunos biólogos esperan erigir las “agamoespecies” por especies sin
organismos. Parece más bien que se crearan empresas imaginarias para
trabajadores independientes. Y ningún economista, montaría jamás
“cronoempresas” para la misma empresa en diferentes momentos, aunque el nombre
de una empresa podría cambiarse cuando se reorganice.
Hay que considerar,
también, la objeción de Ehrlich y Raven (1969) al concepto de especie biológica
con base al énfasis de integración y el flujo de genes dentro de las especies.
Si esta es una crítica válida o no, se elude cambiando el énfasis de integración
y flujo de genes al modo de competencia. Las empresas son empresas,
independiente de cuán estrechamente organizadas e integradas puedan estar, y
siguen siendo unidades básicas de organización a pesar del hecho de que las
unidades productivas locales también son importantes. Que el intercambio
limitado de genes pueda suceder entre especies, no hace más difícil el concepto
de especie que la dificultad que hay en la noción de empresa, por el hecho de
que alguien pueda trabajar en dos empresas [distintas]. Los descubrimientos
graduales de barreras reproductivas crean condiciones intermedias, pero los
sistemas económicos cerrados existen uno al lado de otro con varias etapas en
la formulación y disolución de los fideicomisos.
Los conceptos de especies morfológicas,
genéticas y fisiológicas sufren una falla común. Tratan los conjuntos
compuestos como si fueran clases definidas en términos de las propiedades
intrínsecas de sus miembros. Si uno fuera a definir “trabajador” en términos de
las propiedades de células en ciertos organismos, podría parecer extraño.
Igualmente, no estamos interesados en las propiedades de los empleados cuando
definimos “empresa”, sino más bien, en las propiedades comunes de las empresas
en general. Los atributos de los organismos no son definidos por los nombres de
los grupos sociales, a pesar del hecho de que los grupos sociales deben tener
organismos constituyentes. Que John Doe tenga un conjunto particular de genes
siendo un espécimen L de Homo sapiens.
es tan relevante, como lo es el trabajo para los fabricantes de la marca X. Por
lo tanto no estoy de acuerdo con Mayr (1969a:29) en que las especies “reciben
su realidad históricamente evolucionada, de contenidos de información
compartida de su conjunto de genes”. Las especies y las empresas son “reales”
en el sentido que designan entidades que existen: especies y empresas
particulares. Y los organismos son tanto recipientes para los genes como
recipientes para las habilidades industriales. La genética por un lado, y los
empleados por el otro, pueden ver el tema con claridad; pero de hacerlo, las
desventajas deberían ser obvias.
Un problema con el
“concepto fenético de especie” (mirar especialmente Sokal y Crovello, 1970;
Sneath y Sokal, 1973) es que se trata la especie como clase, definida en
términos de los rasgos de los organismos, más que como individuos que tienen
propiedades necesarias y suficientes por afiliación en la categoría de especie.
La posición de los fenéticos es que debemos juntar las cosas de acuerdo a su
grado de semejanza. Todavía, desde el punto de vista de la teoría de la
evolución, es el nexo causal lo que interesa. Por supuesto, erigir clases sobre
la base de rasgos compartidos, tiene su lugar, pero este no es el problema. A
algunos taxónomos no les importa si dos organismos pertenecen a una diferente
especie (críptica), pero esto ciertamente les interesa. No todos los bancos son
iguales cuando depositamos dinero, no importa cuánto se parezcan.
La comprensión de que
las especies son individuos, nos ayuda a entender algunas importantes
actividades diarias de los taxónomos. Por ejemplo ¿Cómo definen ellos los
nombres de las especies? Si las especies fueran universales, entonces sus
nombres tendrían caracteres definidos. El problema de que haya mucha diversidad
dentro de ciertas especies ha sido resuelto de una manera más bien improvisada,
al considerar que se define “disyuntivamente” o “politéticamente”, para verlos
como “agrupaciones” de objetos similares, pero sin que ninguna combinación de
propiedades sea necesaria y suficiente para calificar a una entidad como
miembro. Pero de acuerdo con la postura que se está examinando aquí, los
nombres de las especies son nombres propios– como la American Motors. Enumerar
los atributos necesarios y suficientes para definir sus nombres, no
es solo difícil, sino lógicamente imposible. Ninguno existe, y la única forma
de definir estos nombres es por una definición ostensiva. Es decir, al
“señalar” la entidad que lleva el nombre. Bastante confusión ha surgido sobre
el papel de los tipos nomenclatoriales, porque se usan en un tipo peculiar de
definición ostensiva. Se llama la atención solo a una parte o aspecto del
individuo cuyo nombre se está definiendo. Esta entidad, que no es el tipo de
espécimen, es malinterpretada como ejemplo de una clase. Igualmente, el
diagnóstico, que de hecho solo “pretende diferenciar el taxón”, a menudo se
confunde con una definición, que en realidad lo diferenciaría. Es como si uno
definiera la “Mobil Oil Corporation” señalando una simple estación de servicio.
Los problemas desconcertantes de las
propiedades definitorias y el estatus ontológico de las categorías inferiores a
las especies, se pueden aclarar en una línea similar. Las subespecies son como
ramas locales de una amplia empresa industrial, pero difícilmente el grado de
diferenciación puede ser tan distinto como lo es al nivel de especie, porque
puede haber todo tipo de grado de cierre, y el cierre no es lo mismo que la
diferenciación. No obstante, se puede esperar que cada una de las subespecies,
tengan un modo de competencia local característico, y lo que se ha llamado su
“realidad” se puede comparar con el de cualquier unidad local productiva. Sin
embargo, como he señalado (Ghiselin, 1966b) algunas categorías inferiores no se
refieren a las poblaciones: el morfo [the morph], la forma sexualis, la monstruosidad, etc. Estas son clases
estrictamente nominales, y por esa razón es mejor excluirlos de la jerarquía.
¿Están los taxones
clasificados en niveles categóricos más altos que las especies meramente
conceptuales? Aquí la analogía económica parecería bastante remota. ¿Es real el
automóvil industrial? La respuesta depende de su metafísica, pero al menos las
industrias no tienen el mismo estatus ontológico de las empresas. Cualquier respuesta
es mejor, podría valer la pena explorar la posibilidad de tratar taxones
superiores como sectores de la economía natural. Inger (1958) sugiere algunas
ideas en este sentido para el género, como lo hizo Gisin (1960) y Whittaker
(1969) para las categorías más altas. Por otra parte, debemos llevar en mente
la diferencia trascendental entre lo natural y la economía política, en la que
un nexo filogenético es la consecuencia inevitable de las leyes que rigen las
comunidades reproductivas. Las empresas son establecidas a partir de elementos
heterogéneos, que no necesariamente surgen de una fuente común. Como sea, la
economía de la naturaleza es competitiva de principio a fin, y asimilar un
proceso tan básico como la competencia en la clasificación evolutiva podría
fortalecer en gran medida los fundamentos conceptuales de la taxonomía.
HISTORIA
Uno podría preguntarse
por qué todo esto no ha sido evidente durante todos estos años. Para dar una
respuesta completa se requeriría un extenso estudio histórico, pero las
siguientes sugerencias pueden ayudar.
En otra parte
(Ghiselin, 1972), he presentado un esquema teórico que intenta explicar la
innovación científica. Para la presente discusión, necesito señalar tres
características principales de estos esquemas. En primer lugar, lidiar con un
problema depende de tener una forma apropiada de pensarlo. El método determina
el éxito. Segundo, la habilidad para inventar o descubrir una nueva manera de
pensar, depende en gran medida de algún tipo de aporte externo. Este aporte
externo nos da el tercer punto: el descubrimiento a menudo implica
transferencia interdisciplinaria. Pero estas transferencias de conceptos y
formas de pensar pueden ser inexistentes, superficiales o profundas, de acuerdo
con los hábitos y la preparación de los científicos involucrados. Por diversas
razones algunos campos de investigación y sus practicantes son relativamente
abiertos, otros relativamente cerrados al resto. En parte es una cuestión
personal, y en parte es una cuestión de mentalidad innovadora la que determina
cómo un determinado científico se comportará en tales aspectos.
El problema de la
especie tiene que ver con la biología, pero es fundamentalmente un problema
filosófico– un problema para la “teoría de los universales”. Hay, por así
decirlo, “diferentes tipos de grupos”, y uno podría pensar que alguien
capacitado en lógica, debió haber intervenido y encerrado la confusión hace
mucho tiempo. Es evidente que este no es el caso para los lógicos desde
Aristóteles, e incluso, recientemente han tratado a las especies como clases
(por ejemplo, Gregg, 1950; Buck y Hull, 1966; Lehan, 1967; Ruse 1969, 1971).
Puede haber una gran variedad de razones para esta práctica, pero un punto
significativo, es que habitualmente los filósofos solo buscan establecer
esquemas internamente consistentes. Ellos tienen poco que ganar tratando de
descubrir cómo está organizada realmente la vida en el mundo, o en efecto, cómo
la conciben los biólogos. Por lo tanto, aunque se ha filosofado mucho sobre ciencia, es poco lo que merece ser
realmente llamado filosofía de la
ciencia. Las usuales nociones de los lógicos son lo suficientemente adecuadas
como para que puedan aplicarse a la clasificación científica sin descomponerse.
Algo especial tenía que ser necesario si la lógica iba a hacer frente a la
biología, como realmente es. Esta situación es desafortunada, ya que no son
solo los filósofos los que tienen mucho que aportar, sino que también podrían
aprender algo. Por lo tanto, cuando Wittgenstein (1953:32) escribió que los
“‘juegos’ forman una familia”, debió haberse dado cuenta de que lo que sea que
formen, es cualquier cosa menos una familia. El Póker no copula con la Canasta**
ni llora por la muerte del Whist***.
Por supuesto, Wittgenstein no hablaba sobre eso; pero este es el punto: debió
haberlo hecho.
Parece curioso que
incluso Kant (1776, 1785) quien hizo contribuciones sobresalientes a la ciencia
y la filosofía, comentó sobre las especies y las opiniones de Buffon, pero no
aportó nada significante a la filosofía de la taxonomía. Sin embargo, uno debe
recordar que ni Buffon ni tampoco Kant entendieron las interacciones
competitivas que ocurren entre las especies, y dentro de ellas. Ellos, como
todos los biólogos predarwinianos tienen una concepción teleológica del
universo, caracterizando una armoniosa y cooperativa economía natural aquí en
la tierra. Su visión del mundo impidió que los biólogos y los filósofos
pensaran en las especies, en otros términos distintos a “similitud y filiación”,
de modo que estos grupos tenían que ser clases– análoga a la definición de “la
familia Smith” como los que se asemejan a John Smith. Desde este punto de
vista, ninguna cantidad de estudio lo lleva a uno a pensar, en términos de la
selección natural, un proceso que involucra interacciones entre los organismos
que componen el grupo.
Solo cuando Darwin, un
geólogo, trascendió las limitaciones de la forma tradicional de pensar, fue
posible el problema de la transmutación específica. Él llegó más allá de los
límites de la biología y la economía, y se dio cuenta de los resultados de la
evolución de una competencia reproductiva entre organismos individuales. Por lo
tanto, la revolución darwiniana debía ser vista como una revolución ecológica;
y no como una revolución taxonómica, en el sentido de una nueva ecología
implícita en una nueva sistemática, no viceversa.
Sin embargo, la propia
perspectiva de Darwin, tenía limitaciones significativas. Él estaba tan
preocupado con la transmutación de las especies que no le dio suficiente
énfasis a su origen. Esto lo llevó a concebir las especies más o menos como
sistemas abiertos, más que como sistemas cerrados. En sus últimos años, admitió
esto en cierta medida, y estuvo de acuerdo en que el aislamiento, aunque no
necesario para el cambio evolutivo, es útil en la especiación (En cartas de F.
Darwin, 1887: Vol. III, pp. 157-162). La confusión entre estos dos procesos
continúa hasta estos días, especialmente en los escritos de historia (véase
Ghiselin, 1973). El problema se torna menos difícil cuando se trata tanto a las
especies como a los organismos, como individuos.
Los biólogos podrían
haber sido capaces de entender los asuntos filosóficos y por lo tanto resolver
el problema de la especie por sí mismos. Como sea, la transferencia de
conceptos a través de los límites disciplinarios de la filosofía a la biología
resultó superficial, por decir algo. En efecto, las nociones filosóficas más
elementales se vuelven confusas. “Organismo” se confundió con “particular”
porque, al menos en parte, “individuo” designaba ambos. Sin embargo, puede
estar implícito más de un equívoco. Cuando alguien usa una noción tomada de un
campo de experiencia desconocido, tiende a confundirla con otra que de alguna
manera parezca más familiar. Una clase adicional de ejemplos está disponible en
lo que se ha llamado algunas veces como “psicologismo en lógica”– confundiendo
conceptos lógicos con homónimos psicológicos o análogos (Ghiselin, 1966a).
El llamado “concepto de
especie nominalista” está basado sobre la idea de que las clases no son reales,
y que si las especies son clases, entonces las especies no son reales. Una
manera de responder, es negar la premisa básica y afirmar que las clases son
reales. Como sea, esto es bastante innecesario, porque las especies son
individuos, y porque los nominalistas creen que los individuos son reales. El
concepto de especie nominalista resultó de una versión confusa de la filosofía
del siglo XIII. Es impresionante ver cómo muchos biólogos han soportado esto.
Para dar algunos ejemplos: Bessey, 1908; Britton, 1908; Lotsy, 1925; Burma,
1949, 1954; Davidson, 1954; Cowan, 1962. Las refutaciones han tomado diversas
formas. Una forma de responderlas ha sido decir que las especies son reales en
el sentido en que son clases con miembros (Plate, 1914; Turrill, 1942; Gregg,
1950). Algunos han mantenido una especie de idealismo: para Agassiz (1857) las
especies eran pensamientos del Creador, los cuales son reales. Muchos biólogos
han concebido especies como individuos, pero en lugar de ponerlos en estos
términos, simplemente dijeron que no son del mismo tipo de grupos que son las
clases. Algunos los han visto como unidades filogenéticas (por ejemplo, Harper,
1923; Hall, 1926; Faegri, 1937; Simpson, 1951, 1961). Otros las han tratado
como unidades de naturaleza genética (por ejemplo, Huxley, 1940; Mayr, 1940,
1957, 1963; Capm and Gilly, 1943; Dobzhansky, 1950; Carsin, 1957).
Originalmente Dobzhansky (1935) las trató como clases de individuos, mientras
Mayr las trató como clases de poblaciones, pero sin embargo, la noción de una
unidad más grande estaba allí. Tales conceptos de población genética tendían a
clasificarse en nociones de especies como clases de individuos genéticamente
similares. Una variante más extrema del concepto de especie biológica podría
ser llamada el “concepto organicista de especie”. Con esto, se entendería la
noción de que las especies son “súperorganismos”. Esta noción afirma que las
especies tienen propiedades, como la adaptación, que existe en los organismos,
pero que han sido atribuidas a los sistemas de nivel superior principalmente
por una falsa analogía. El organicismo es una vieja noción. Una noción
estrechamente asociada con una doctrina vitalista llamada “holismo” (para ver
su historia, véase Ghiselin, 1974:29-30), la cual trata la generalidad de las
clases como si fueran totalidades compuestas: como “agregados” o individuos.
Esta postura lleva a fuertes implicaciones teleológicas, porque si se presupone
que las especies son unidades cooperativas como los organismos, entonces sus
organismos componentes no competirían, pero harían las cosas “por el bien de la
especie”. El holismo está fuertemente influenciado en Emerson (1938) y otros
sistemáticos y ecologistas de la escuela de Chicago, y es particularmente
evidente en los escritos posteriores de Du Rietz (1930). Es en gran parte,
responsable de las nociones de selección de grupos de muchos evolucionistas
(por ejemplo, Darlington, 1940). En efecto, uno puede encontrar un fuerte
rastro de esto en los escritos de aquellos que ciertamente no respaldarían el
concepto de especie organicista, si se formulara en términos explícitos. Una
buena línea de evidencia sugiere que el holismo ha sido influyente en la medida
en que la competencia intraespecífica ha sido menospreciada a favor de
supuestas ventajas (aunque, no siempre, para la especie) de mantener la
integridad poblacional y la distinción específica. En su bien conocido libro
sobre la especie, Mayr (1963) hizo fuerte énfasis en la selección sexual a
favor del aislamiento de mecanismos para explicar el dimorfismo sexual.
Últimamente (Mayr, 1972) ha cambiado el énfasis en gran medida, pero algunos de
nosotros sentimos que no ha ido lo suficientemente lejos (Ghiselin, 1974).
Igualmente, encontramos a Mayr (1969b:316) diciendo “La división de
variabilidad genética total de la naturaleza en paquetes discretos, las
llamadas especies, que están separadas entre sí por barreras reproductivas,
impide la producción de una cantidad excesiva de combinaciones de genes
incompatibles e inarmónicas”. Esto podría ser interpretado meramente como un
subproducto, en lugar de una función o una razón para la existencia de la
especie. Pero uno podría preguntarse lo siguiente (Mayr, 1969:318) “Las especies son unidades reales de
evolución, ellas son las entidades que se especializan, que se adaptan o
que cambian su adaptación”. Las especies son unidades, y tienen una importancia
evolutiva; pero se puede decir lo mismo de los organismos. Sin duda, tanto los
organismos, como las especies, se especializan. Y probablemente, los organismos
se adapten, pero las especies no, excepto en la medida en que sean organismos
adaptados. Tales ambigüedades representan una etapa de transición en nuestra creciente
apreciación de lo que significan los dos niveles. Estamos experimentando una
rápida y fundamental reestructuración de nuestros conceptos básicos.
DISCUSIÓN
En consecuencia, el
problema de la especie ha implicado dificultades en el entendimiento del
estatus ontológico de las unidades biológicas fundamentales, y la falta de
interrelación de niveles de integración de la manera apropiada. La razón por la
que las analogías económicas tienen tanto valor heurístico, es que encontramos
mucho más fácil pensar en las empresas como individuos. Por esta misma razón,
una gran cantidad de problemas biológicos se solucionan más fácilmente, si uno
aprende a pensar como economista. Además, debemos tener en cuenta que a menudo
no podemos resolver nuestros problemas porque ni siquiera podemos
identificarlos. Bajo tales circunstancias, las investigaciones conceptuales
hacen más que solo ayudar. Ellas son la única salida.
AGRADECIMIENTOS
Por
los comentarios sobre los borradores del manuscrito, estoy muy agradecido con
Theodosius Dobzhansky, Patrick M. Gaffney, David L. Hull, Ernst Mayr, David
Wake y Leigh Van Valen. El apoyo fue provisto por N.S.F. Grant GS 33491.
REFERENCIAS
AGASSIZ,
L. 1857. Essay on classification. Reimpreso 1962, E. Lurie (Ed.). Cambridge:
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Manuscrito
recibido en abril de 1974
· Publicado
originalmente como: “A Radical Solution to the Species Problem” en Systematics Zoology, Vol. 23, No. 4.
(Dec., 1974), pp. 536 – 544.
* N. del T.: teniendo en cuenta la ambigüedad que se puede presentar
por la traducción al castellano del término Species,
quise dejar el título tal como se traduciría en nuestro idioma. Un buen título
en nuestro idioma sería Una solución
radical al problema del concepto de “especie”, pero me quise atener a la
traducción literal. El lector no debe confundirse y debe tener en cuenta que
cuando el título se refiere a “el problema de la especie”, no es el problema de
la especie humana o el problema de alguna especie en particular, sino al
problema del concepto de especie en biología.
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